Esta leyenda cuenta que en la antigüedad, la Madre Tungurahua reprochaba y
acusaba a su esposo de no poder darle hijos blancos como él.
Siempre llena de mucho enojo, ella solía escupirle el lodo y la ceniza que hervía en su vientre, como represalia por aquello.
Por su parte, el padre Chimborazo, lleno de orgullo, amor propio y de virilidad, ya no quiso que su esposa continuara agrediéndolo.
Entonces, según cuenta la leyenda, el admirable Chimborazo se llenó de encantos e hizo que una hermosa joven pasara por sus faldas en persecución de una de sus ovejas perdidas.
Fue así, cuando aquella joven caminó por sus plantas y encontró un hermoso frijolito de piel blanca.
Al verlo, sintió mucha ternura y lo recogió cariñosamente. Así, con mucho amor lo colocó en su cintura, entre la faja y su vientre maternal. Fue entonces, cuando se obró el milagro esperado por el majestuoso padre.
Aquel frijolito, como una mágica maravilla, se introdujo en el vientre de la joven.
Se dice que, desde ese instante, el vientre de la hermosa joven fue creciendo día a día, mes a mes, hasta que en nueve lunas, alumbró un hermoso bebe muy parecido al Padre Chimborazo. Aquel "retoño" tenía la piel blanca, cabellos dorados, era igual al Apu de la nieve.
Ese bebé, nacido como obra de un santo espíritu, fue el primogénito del ahora orgulloso Padre Chimborazo.
También se dice, que son espíritus que habitan dentro de los cerros. Y, que son concebidos con tal energía, capaces de ejercer el poder de su liderazgo, sobre las personas e inclusive las cosas.
Un Apu, es un espíritu de los cerros, que dependiendo de si es hombre o mujer a quien se le aparece, es masculino o femenino.
Sin embargo, la creencia de ciertos abuelitos, también hace que aconsejen a sus nietas o lugareñas jóvenes, para que no se atrevan a caminar por las faldas de los montes. Pues, ellos se llenan de cierta magia seductora de doncellas y bajo su encanto procrean con ellas.
Por eso, se dice que todos los lugareños piensan que los apus, aquellos niños, realmente son hijos del monte.
Siempre llena de mucho enojo, ella solía escupirle el lodo y la ceniza que hervía en su vientre, como represalia por aquello.
Por su parte, el padre Chimborazo, lleno de orgullo, amor propio y de virilidad, ya no quiso que su esposa continuara agrediéndolo.
Entonces, según cuenta la leyenda, el admirable Chimborazo se llenó de encantos e hizo que una hermosa joven pasara por sus faldas en persecución de una de sus ovejas perdidas.
Fue así, cuando aquella joven caminó por sus plantas y encontró un hermoso frijolito de piel blanca.
Al verlo, sintió mucha ternura y lo recogió cariñosamente. Así, con mucho amor lo colocó en su cintura, entre la faja y su vientre maternal. Fue entonces, cuando se obró el milagro esperado por el majestuoso padre.
Aquel frijolito, como una mágica maravilla, se introdujo en el vientre de la joven.
Se dice que, desde ese instante, el vientre de la hermosa joven fue creciendo día a día, mes a mes, hasta que en nueve lunas, alumbró un hermoso bebe muy parecido al Padre Chimborazo. Aquel "retoño" tenía la piel blanca, cabellos dorados, era igual al Apu de la nieve.
Ese bebé, nacido como obra de un santo espíritu, fue el primogénito del ahora orgulloso Padre Chimborazo.
Pero,... ¿qué son los Apus.?
Según ciertas definiciones, los apus son montañas tenidas por vivientes desde épocas preincaicas en varios pueblos de los Andes. A estos, se les atribuye influencia directa sobre los ciclos vitales de la región que dominan.También se dice, que son espíritus que habitan dentro de los cerros. Y, que son concebidos con tal energía, capaces de ejercer el poder de su liderazgo, sobre las personas e inclusive las cosas.
Un Apu, es un espíritu de los cerros, que dependiendo de si es hombre o mujer a quien se le aparece, es masculino o femenino.
La creencia de los abuelitos
Nuestros adultos mayores creen que el fréjol abulta el vientre, sobre todo cuando se lo come cocido y frío. Lógicamente, eso es algo natural de los granos y otros alimentos.Sin embargo, la creencia de ciertos abuelitos, también hace que aconsejen a sus nietas o lugareñas jóvenes, para que no se atrevan a caminar por las faldas de los montes. Pues, ellos se llenan de cierta magia seductora de doncellas y bajo su encanto procrean con ellas.
Por eso, se dice que todos los lugareños piensan que los apus, aquellos niños, realmente son hijos del monte.
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